– Mt 26,14-25 –

Conspiración

Llevó tiempo gestar el oscuro acuerdo, no fue cosa de un instante.

Uno de ellos, de esos que buscaban una y otra vez tenderte trampas, miró a Judas, observó a su presa y encontró en él un potencial traidor. ¿Qué será que vieron? ¿Cómo es que lo eligieron? Sus vestiduras… sus tradiciones… su pasado… ¿serían conocidos de antes?

Seguramente algo en la mirada del elegido revelaba sus actuales dobleces, no era solo pasado… algo del presente mostraba intrigas, resquemores, algo evidenciaba que la amistad no era tal, que la fidelidad era frágil.

¡Líbrame Señor de reflejar divisiones internas o elecciones insinceras! ¡Que nadie vea en mí una ocasión para tramar en Tu contra!

Uno de ellos lo interceptó en algún lugar escondido… O lo buscó en un sitio del que era visitante asiduo, venían siguiendo sus pasos… Conocían su debilidad, esa que él traba de ocultar. Siempre hay alguien enemigo que, con astucia, detecta nuestros rincones oscuros y frágiles.

Fue presa fácil… unos ojos sin brillo, unas manos entrometidas con lo ajeno…Un corazón vacío necesita una bolsa llena. Sería con monedas que comprarían ese beso mercenario.

Conversan, conciertan, acuerdan, se confabulan…

Te miran de lejos mi Cristo, de lejos te miran y de cerca Te respiran escribas, fariseos, maestros y doctores… todos gozan con lo que, ellos saben, Te espera.

Todo se hace noche

La faz del traidor, sombría y velada tras la capucha que esconde la vergüenza de quien te vio amar a pobres y ricos. El pudor de quien escuchó Tus palabras, presenció las sanaciones, los gestos de amor, se sació con el pan multiplicado, fue salvado en la tormenta, te vio caminar sobre las aguas, orar por noches enteras. El sonrojo de entregarte luego de haber enfrentado Tus ojos pacientes, de haber escuchado Tu llamada, su nombre en Tus labios, de haber sido instruido y enviado, de haber recibido de Ti el poder para sanar, para expulsar demonios, ese bochorno no será demasiado como para evitar el descaro de la pregunta: «¿Seré yo, Maestro?».

«Tú lo has dicho«

El aire se corta, espeso… sobreviene un gran silencio tenso…

Con esa frase, se hace patente el plan macabro, el enemigo ríe con carcajadas escalofriantes que luego serán su caída.

Porque no hubo mayor mal que ese: ¡crucificarte mi Señor! ¡Atravesar Tu carne para sujetarte fuerte a esa cruz!

Y no hubo en la historia, ni en ninguna de sus eras, un Bien más grande que ese madero que hacía realidad también el otro Plan, el del Padre celestial y con ello, nuestra esperada redención.

Tú eres la Luz del mundo,

Tú eres la Luz del mundo, Señor Jesús.

Tú eres capaz de convertir en Luz la mayor oscuridad. Eres capaz, solo Tú, mi Cordero inmolado, de sacar el mayor Bien del mayor mal.

Te entrego, amado Pastor, esa oveja perdida soy. Sé cuánto has hecho ya en mí y ¡cuánto queda todavía por delante! Te entrego mis sombras, mis desvelos, mis preocupaciones… Te encomiendo las tibiezas de mi alma, así como todo aquello en lo que el mal espíritu aún domina. Mientras elevo mi alabanza por las maravillas que has obrado, agradezco también mis miserias y Te las entrego para sigas transformándome. Convierte mi corazón en uno como ese que soñaste desde que estaba en las entrañas de mi madre. Haz realidad en mí aquello que añoras para este hijo Tuyo que, aún preso del pecado, se entrega confiado a Tus laboriosas manos. ¡Haz Tu obra Señor!

Tú que has sido capaz de irradiar toda la Luz posible al momento de mayor oscuridad de la historia, abriendo las puertas del Paraíso otra vez para nosotros, abre las puertas de mi alma como lo hiciste con el velo del Templo aquella tarde anochecida, tristísima y gloriosa. Traspasa mi corazón como la lanza del soldado lo hizo con Tu costado sanador. Unifica mis divisiones, aplaca mis pasiones, llena mis vacíos, úngeme y envíame donde mandes. En Tus manos estoy, a Tus designios entrego mis proyectos para que irrumpas en ellos y los unifiques al plan que Tu Padre ideó para este siervo que hoy soy. Quiero entrar por esa Puerta que eres, ¡Sálvame mi Señor!