– Jn 13, 21-33. 36-38 –
Quiero ser ese discípulo
¡Como duele todo esta semana! Duele la cruz que se avecina, pero este día Te dolemos los amigos. Esos que llamaste “desde el seno materno”, esos nombres pronunciados desde siempre…
Anhelas ese corazón que se aleja por monedas, el que te niega por temor… Anhelas su amistad, pero más añoras su salvación, que vuelvan a Tus brazos siempre abiertos.
Anuncias, proclamas… Ya conoces el final, pero aun así adviertes, ¿será que albergas esperanza alguna? ¿Es que desnudas ese corazón escondido? ¿O que adelantas Tu perdón? impulsando así el abrazo compungido, el regreso de corazón arrepentido…
¡Te estremeciste al decirlo! Imagino Tus ojos anegados, Tu mandíbula tensa, imagino esos gestos amados, llenos de dolor: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará”. ¡Uno de ustedes!! ¡Uno de nosotros!
¿Cómo Señor? Preguntas que van y que vienen ¿Quién, yo? Miradas que se cruzan, ojos angustiosos, sorpesa, temor… “Pregúntale a quien se refiere”. Es aquel al que daré el bocado, el que come de mi mano, pero no bebe mi copa. El que viene al banquete, pero no al convite. Está, pero no está. Mira de reojo, lo invitas y no se siente realmente invitado. Viene, pero no comparte. Está y no participa. Lo amas, lo llamas, le extientes Tu brazo… y él solo contempla, ajeno, tanta Verdad.
Vuelan por el aire esas monedas que luego hundieron en lo pronfundo, no sirvieron para pagar la libertad, ni la paz, ni la amistad, ni todo aquello que ofreciste gratuito. ¡Tan pobre precio para ese Cuerpo que se entrega!
Permanecer contigo en la prueba, en ese corazón amado, hoy angustiado, triste y estremecido, pero ¡tan firme y seguro! ¡Tan quieto y plantado en el camino que te ha sido asignado!, el del dolor y la cruz liberadora. Sobre Tu bendito pecho se reclina ese que todos queremos ser, ese que somos: “el preferido”, “el amado”. Es ahí donde quiero estar… mi cabeza en Tu pecho, escuchando el latido de ese corazón acompasado al del Padre que marca el sendero doliente que deberás atravesar. Ese corazón que abraza mi cabeza y la cruz redentora. Ese corazón sediento de tantos Judas que se van por el camino. Ese corazón herido, del que brota el agua que me purifica y la sangre preciosa que me embriaga. Es ahí donde quiero apoyar mis pensamientos, es donde quiero descansar, donde cierro los ojos y solo estoy.
Quiero también, como Juan, ser yo Tu consuelo ¡mi amado Señor! Dime, dime mi Rey, El de corona de espinas… dime, ¿cómo puedo yo ayudarte a soportar ese dolor por el amigo que Te entrega y que se va? ¿Ese dolor por el amigo que Te niega? Elegirte, acompañarte en la hora difícil, amar ese Reino inentendible, ese del amor al enemigo, ¡ese que condena tantas veces a su propio Soberano! Ese que tiene por verdugos al Sanedrin, a Pilatos, a Herodes, al mismo pueblo … y a sus mas preciados amigos.
Mis promesas sólo alcanzan para decirte “quiero volver siempre”, volver, siempre volver a Ti. Aún que sea después de que cante el gallo, aún en la pobreza de mi ofrenda. Que, compungido, siempre vuelva. ¡Quiero ser Juan abrazado a Tu pecho doliente! Pero si no lo logro, quiero ser un Pedro arrepentido, nunca un Judas resentido. Que yo sé que Te consuela saber que volveré mil veces, aunque mil veces me aleje.
Pero… en verdad, hoy quiero ser ese Juan amado que reclina su cabeza en Tu pecho, en ese abrazo sin palabras, sin comprender porqué Te entregas… Y aún así estar, solo acompañarte en la prueba, solo orar contigo y por Tí, amarte sólo amarte.